El segundo hijo

Últimamente la rutina diaria me tiene más abrumada que de costumbre. Cuidar a mi hijo, estar al día con el trabajo y tener todas las tareas del hogar bajo control requiere una capacidad mental que solo se consigue con esa pastilla que Bradley Cooper se toma en la película Sin Límites para “activar el 90% del cerebro que no se usa normalmente”, que le produce efectos secundarios negativos como ser protagonista de una película que no entiende cómo funciona la biología.

El 90% de ser un adulto es trabajar y pagar cuentas, limpiar tu casa y decidir qué vas a hacer para la cena todas las noches de tu vida hasta el fin de los tiempos. Y si además sos padre, es todo eso, mientras perseguis a un niño que corre todo el día como un hámster en una rueda, y solo frena para tomar impulso y saltar de la mesa. Por ende, algunos días la rutina se vuelve un poco agotadora. Y es en esos días que pienso, ¿sabes qué haría que todo esto sea más sencillo? Otro hijo.

Lo se, lo se, yo tampoco me entiendo. Justo cuando las cosas se están volviendo un poquito más sencillas, porque Lea es más grande y está aprendiendo a pedir las cosas con palabras reales y no solo alaridos de banshee, mi cuerpo me pide a gritos que tengamos otro bebé. Es como estar corriendo una maratón y cuando estas por llegar a la meta decir no, sabes qué, empecemos de nuevo, excepto que el sonido del disparo que da comienzo a la carrera es un bebé que sale disparado de tu cuerpo.

 
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El padre y yo lo discutimos varias veces, cada uno exponiendo su punto de vista sobre el asunto. El problema es que los dos argumentos son igual de objetivos y razonables, por lo que es realmente difícil tomar una decisión:

Yo: Quiero otro bebé.
Él: No creo que sea el momento. Con la pandemia y la crisis, tenemos muchas incógnitas sobre nuestro futuro laboral.
Yo: Es que son tan lindos.
Él: Tendríamos que pagar dos colegios, dos médicos, sin contar la ropa, los pañales y todas las cosas que precisan los bebés.
Yo: Y suavecitos.
Él: Y además seguramente pasen meses, sino años, antes de que termine la pandemia y podamos volver a la vida normal, lo cual hace que todo sea más complicado.
Yo: Y redonditos.
Él: No me estás escuchando, no?
Yo: Y chiquititos.

Más allá del argumento no menor de lo suaves y apretujables que son los bebés (¿alguna vez olieron la cabeza de un bebé recién nacido? Exacto), uno de los principales motivos por los que quiero tener otro hijo es porque quiero que Lea tenga un hermano.

Será porque yo soy una de cuatro hijos, una de los del medio, que como crecen en un rol ambiguo que no es el del más grande ni el del bebé de la casa, suelen ser personas introvertidas y calladas, que buscan una voz propia cambiando su apariencia o tiñéndose el pelo de colores, y se expresan con sarcasmo y humor por miedo al posible rechazo que les generó la falta de atención de cuando eran chicos. Pero en mi caso no es así. Mi pelo es marrón.

Y todos mis recuerdos de la infancia son con mis hermanos. Siempre jugábamos y hacíamos todo juntos, y de noche nunca tenía miedo porque dormíamos en el mismo cuarto (excepto la vez que mi hermana dibujó ojos en el ropero para asustarme y me hice pis en la cama, lo cual explica por qué tengo problemas para mantener el contacto visual).

Crecer con hermanos te enseña el valor de las cosas, porque nunca vas a querer algo tanto como cuando tu hermano lo vio primero; a no confiar ciegamente en la gente, porque cuando un hermano te llama y no te dice para qué, te va a pedir algo o te va a ensuciar; a aprovechar las oportunidades, porque gritar “canto prí!” desacredita todo orden social establecido; y sobre todo la fina línea entre el amor y el odio, porque un hermano es alguien que está tan dispuesto a darte un riñón para salvarte la vida como a arrancártelo si tocas sus cosas sin permiso.

 
Yo: Sonreí para la foto Mi hermana: Tengo miedo

Yo: Sonreí para la foto
Mi hermana: Tengo miedo

 

Siempre que uno de nosotros estuvo en problemas, mi madre nos convocó a los otros tres como Tony Stark a los Avengers para intentar salvar el día y siempre hicimos todo lo posible por ayudarnos entre nosotros (yo soy el Avenger con OCD que limpia el cuartel y ordena los trajes de todos por color).

Y de grandes, la relación con mis hermanos se basa 50% en mostrarnos fotos de nuestros hijos y 50% en volver a contar las mismas historias de nuestra infancia, recordando una y otra vez aquel verano en que mamá decidió cortarnos el pelo ella misma como veteranos de guerra reviviendo su tiempo en Vietnam.

Quiero que Lea tenga eso; que tenga alguien con quien jugar y compartir sus días. Además él ama estar con otros niños y hoy en día solo juega con nosotros, y no me vendría mal un descanso, un tiempito para mí en las tardes, para estar tranquila, capaz mirar una serie, dormir una siesta, ir a la peluquería. ¿Se imaginan? Interactuar con otros seres humanos que no tengan miedo al cocodrilo imaginario que vive al lado del sillón. Qué placer... Me olvidé de lo que estaba hablando... ah sí, un hermano para Lea; por su bien.

Por lo pronto, no hay planes de tener otro hijo. Al menos no en el futuro cercano. La realidad es que no es el momento ideal, con la pandemia y la incertidumbre de lo que depara el futuro. Pero también es cierto que no existe un momento ideal, y la vida es corta y hay que vivir el presente, y si no es ahora ¿cuándo?

Él: Dije que ahora no.

Ok ok, ya entendí.

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